Hace ya bastantes años que Paul Auster es un incondicional de los escaparates literarios internacionales, es uno de esos autores que nos tienen acostumbrados a, año sí año no, presentarse con un nuevo bestseller que de inmediato hace historia y se convierte en un “clásico”. Para algunos incluso es un autor de culto, una especie de gurú que convierte en oro todo lo que escribe.
Auster fue galardonado ni más ni menos que con el Príncipe de Asturias en el 2006 y en 2007 ya volvió a sorprender, en esta ocasión con matices, con “Viajes por el scriptorium”.
Un anciano desvalido y amnésico está encerrado en una habitación que como único mobiliario dispone de un camastro, una silla de oficina y un escritorio con unas cuantas fotos y un par de dossieres escritos a máquina. Entre las fotos, la lectura de los dossieres y las extrañas visitas que recibe a lo largo de la jornada trata de reconstruir su identidad y su pasado para, al menos, comprender su presente.
“Viajes por el scriptorium” es sin duda un buen título comercial pero que de ningún modo hace justicia al texto.
Probablemente Auster eligió semejante título para sugerir que los textos y las fotos sobre el escritorio suponían un viaje por la identidad del personaje, pero nada hay en la novela que la acerque al género de viajes.
Por otra parte, la palabra “scriptorium” remite a un mueble tardo medieval cuando en el contexto de la novela, refiere apenas a una mesa en algo parecido a una habitación de hospital. El motivo para utilizar un latinismo con connotaciones cultas y reminiscencias medievales no queda nada claro y en ningún caso justificado.
El recurso borgiano de escribir un libro que de alguna manera ya se contiene a sí mismo ha perdido para el lector contemporáneo buena parte de su efectismo. Se trata de un recurso harto explotado entre los más populares de los escritores de la actual generación. Bastará recordar “La sombra del viento” para tener un buen ejemplo de ello.
El escritor Jorge Carrión solía repetir en sus cursos de “Lectura y escritura creativa” que un cuento debía incorporar al menos dos historias, una primera evidente a la lectura superficial y una segunda más o menos oculta que se podía reconstruir en el desenlace del cuento a partir de las diferentes pistas sugeridas en la primera.
En “Viajes por el scriptorium” prácticamente cada línea del texto remite a una historia oculta para el lector que consciente de la extrañeza avanza su lectura con la esperanza de, en el desenlace, cerrar el círculo de la comprensión de la historia. Sin embargo el desenlace del texto no cubre las expectativas alimentadas desde la primera página. El texto y la historia concluyen pero lo que al final de la lectura se comprende es parcial y se tiene la certeza de comprender tan sólo la parte de un todo mayor que resulta inaccesible. Al no tener la referencia de ese todo, de esa historia oculta a la que el texto remite una y otra vez, por avispado que sea el lector, la lectura de “Viajes por el scriptorium” siempre provocará una cierta decepción especialmente si el lector no es devoto de Auster y no conoce la posible relación de los personajes de “Viajes por el scriptorium” con otras obras del escritor.
En definitiva una novela quizá obligatoria para los austerianos pero tal vez un tanto decepcionante para el resto de lectores.
Ramiro Tomé
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